viernes, 20 de noviembre de 2015

El ´cuidado de sí`. Cuidarnos como una obra de arte

Con anterioridad a la reflexión filosófica propiamente dicha, gran parte de la Antigüedad llegó a sistematizar un cierto pensamiento de corte profundamente humano. El antecedente más remoto del ´cuidado de sí`. Al mismo, indiferenciadamente hoy lo denominamos ´perenne` o ´sapiencial`, precisamente por ser el más viejo, claro y sabroso legado respecto a unas intuiciones y comprobaciones, auténticas verdades vitales, de las que aún seguimos nutriéndonos en tanto especie capaz de consciencia.

Pues bien, en dicho pensamiento, más allá de los contextos y ropajes en los que este se fue vertiendo (pedagógico, espiritual, político, artístico o religioso), de entre otras cuestiones, sobresale una. La de la honestidad. Honestidad en cuanto posicionamiento vital frente a la propia realidad en toda su complejidad. Es decir, en el sentido del recóndito impulso hacia la integridad y la autenticidad, la sinceridad y el respeto, fundamentalmente para con uno mismo.

Por tanto, se trata de un dinamismo vital encaminado ante todo hacia la verdad de sí, no hacía la de los hechos. Para entendernos, no estaríamos ante el dinamismo de la honradez. Honradez y honestidad que si bien hoy no distinguimos una de otra con claridad, originalmente no fueron lo mismo. Así, mientras la honradez se refería a la consideración o estima debida a las personas y las cosas, de donde la asimilación de la calumnia y el robo a lo deshonroso, la honestidad hacía al juego discursivo-conductual por el cual los sujetos eran invitados a autotratarse como una particular obra de arte.

Obra de arte que para llegar a ser en toda su grandeza, requerirá que aquello que el sujeto descubra y diga de sí, más lo que con ello haga, coincidan armónicamente, honestamente. De ahí, la arenga común, desde la literatura egipcia a la judía, pasando por la budista y confuciana, a:´observar la verdad y no traspasarla, para que así no se revele el desahogo del corazón` (Instrucción de Ptahhotep, siglo XXIV a. C.). A: ´no actuar o hablar con la mente corrupta, pues ello es solo causa de insatisfacción` (El Dhammapada, siglos III-II a. C.).