En nuestra última publicación nos metíamos de lleno -dentro de lo que es la compleja relación Ética - Medios de Comunicación- en la irresoluble tensión entre lo que debería ser el servicio a
prestar por los últimos y lo que efectivamente realizan. Irresolución que obviamente va a desembocar en el reto que supone posibilitar
unos índices estimables de objetividad frente a la imposibilidad de la
verdad como absoluto. Una cuestión que por teórica que parezca, debemos intentar revisar dado que la respuesta que a la misma demos, será desde donde construiremos la comprensión de nuestra responsabilidad personal y colectiva frente a los Medios en cuestión. Es decir, desde donde nos construiremos como opinión pública. Pero ¿por qué afirmamos lo que afirmamos respecto a la verdad y la objetividad?
1º ¿Simplemente porque la información muchas veces no es
suficientemente contrastada, dando por ende lugar a una opinión pública larvada
de falsedad, es decir, sustentada en la falta de veracidad?
2º ¿Por qué la difícil relación Ética - Medios pasa por la intermediación de una opinión pública
madura y crítica? O lo que es igual ¿por la existencia de una
opinión pública independiente?
3º O en vinculación a lo anterior ¿por qué ante la realidad
de lo humano y el acceso a la misma, nunca arribaremos a puntos absolutos de
claridad? Cuestión de la que podríamos derivar la pregunta ética acerca de
¿cómo lograr entonces una claridad suficiente en nuestro acceso a dicha realidad?
En el fondo, consideraciones que si bien a un nivel: el de
la información en estado bruto, pueden generar bastantes acuerdos (es deseable
que la opinión pública se edifique sobre un tratamiento de las noticias
suficientemente contrastado) a otro nivel: el de la complejidad de lo real y el
de su consecuente conocimiento y comprensión, quizá termine desatando tan solo
perplejidades. Perplejidades que seguramente nos llevarán a poner
también bajo la lupa y picota de nuestra responsabilidad, el poder que -consciente o inconscientemente- hemos transferido a los Medios de
Comunicación. Esto, cuando paradójicamente no existe base legal para que se
erijan en nuestros representantes. Algo que por otro lado nos llevará a preguntar,
y con ello terminamos ¿qué cosa de nosotros mismos representan -y a la vez
retroalimentan- los mass media con su actual gestión de la comunicación?
Quedan por tanto emplazadas las cuestiones que hacen a nuestra configuración como opinión pública. En breve, avanzamos sobre la cuestión...
Quedamos como siempre a vuestra disposición.
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