De ahí que, a pesar de la decepción reinante frente al ejercicio de la gobernabilidad y las consecuentes, primero, protesta y movilización, y segundo, desafección, surja un común interrogante: ¿dónde y cómo vivificar nuevos sentidos para eso que desde el acicate de un Bertold Brecht descubrimos y asentimos como inevitable: ser sujetos políticos? En otros términos: ¿a qué actuación política deberíamos encaminarnos? Por otro lado, un interrogante frente al cual -a partir de tocar con cuestiones ideológicas de calado como son las ideas de hombre y de verdad que soportan o sostienen nuestra cultura global- constatamos una sospecha: la del difícil acceso a la realidad dada la manipulación larvada que realpolitik y mass media implícita o explícitamente ejercen al momento de hacernos con la misma.
Así, interrogante y sospecha nos relanzan a una consideración digamos que de doble aspecto. Por un lado la de, sin renunciar a la aspiración a cambios y mejoras en lo político restrictivo o macro, asumir que en ese plano es poca la injerencia que directamente como ciudadanos podemos llegar a ejercer. Por otro, la del aparecer, la del ser y participar, en los planos micro de la existencia, en los no convencionalmente políticos desde la integridad ética. Integridad ética que llamada a vivirse en las pequeñas responsabilidades, deberá surcar los caminos del conocimiento de la realidad, su análisis crítico, la denuncia, la gestión eficaz de lo relacional y la capacidad de revisión del propio ser y hacer. En el fondo, re-creaciones del cuidado de sí de los clásicos, especie de encuentro fructífero entre parresía e isegoría que, en la fuerza de nuevos ágoras, se erija en desbloqueo de lo que ideológicamente lastra la auténtica libertad: la de construirnos y construir -en el bien- junto a los otros.
Podríamos decir, parafraseando a Hannah Arendt, que aunque la tarea, la acción sea ingente, la posibilidad de nacer a ella sigue siendo lo más valioso y genuino de nuestra condición humana.