domingo, 9 de marzo de 2014

Ética y Política (III): la responsabilidad de nacer a nuevas libertades

Proseguimos y terminamos hoy con lo que en nuestros Diálogos Filosóficos veíamos acerca del tema que hace tiempo nos ocupa. Frente a lo no-ético de la política de nuestros actuales sistemas democrático-representativos, nos preguntábamos ¿qué responsabilidad, en el sentido de respuesta, nos cabría ejercer como ciudadanos? Una pregunta que desde el principio vimos debía articularse con la posibilidad de un re-descubrir otros sentidos para lo llamado político. Sentidos en los que sí fuera viable un responder más desde máximos, por ende, un responder posibilitador del bienestar que la pura representación democrática no quiere o no puede darnos. Esto porque es cada vez más evidente que la máxima extensión del concepto de hombre como sujeto de derechos no logra vehiculizarse ética y políticamente, es decir, no logra plasmarse en espacios verdaderamente favorecedores de eso humano reconocido.

De ahí que, a pesar de la decepción reinante frente al ejercicio de la gobernabilidad y las consecuentes, primero, protesta y movilización, y segundo, desafección, surja un común interrogante: ¿dónde y cómo vivificar nuevos sentidos para eso que desde el acicate de un Bertold Brecht descubrimos y asentimos como inevitable: ser sujetos políticos? En otros términos: ¿a qué actuación política deberíamos encaminarnos? Por otro lado, un interrogante frente al cual -a partir de tocar con cuestiones ideológicas de calado como son las ideas de hombre y de verdad que soportan o sostienen nuestra cultura global- constatamos una sospecha: la del difícil acceso a la realidad dada la manipulación larvada que realpolitik y mass media implícita o explícitamente ejercen al momento de hacernos con la misma.

Así, interrogante y sospecha nos relanzan a una consideración digamos que de doble aspecto. Por un lado la de, sin renunciar a la aspiración a cambios y mejoras en lo político restrictivo o macro, asumir que en ese plano es poca la injerencia que directamente como ciudadanos podemos llegar a ejercer. Por otro, la del aparecer, la del ser y participar, en los planos micro de la existencia, en los no convencionalmente políticos desde la integridad ética. Integridad ética que llamada a vivirse en las pequeñas responsabilidades, deberá surcar los caminos del conocimiento de la realidad, su análisis crítico, la denuncia, la gestión eficaz de lo relacional y la capacidad de revisión del propio ser y hacer. En el fondo, re-creaciones del cuidado de sí de los clásicos, especie de encuentro fructífero entre parresía e isegoría que, en la fuerza de nuevos ágoras, se erija en desbloqueo de lo que ideológicamente lastra la auténtica libertad: la de construirnos y construir -en el bien- junto a los otros.

Podríamos decir, parafraseando a Hannah Arendt, que aunque la tarea, la acción sea ingente, la posibilidad de nacer a ella sigue siendo lo más valioso y genuino de nuestra condición humana.