domingo, 28 de marzo de 2021

Poniendo a punto nuestras confianza, libertad y bondad (VIII)

 A un año de mala convivencia con la COVID-19, los responsables ante las zozobras que día a día surgen de un divorcio que no llega, seguimos siendo casi exclusivamente (salvo mutaciones) nosotros. De hecho, somos los únicos a los que personal y socialmente se puede achacar intencionalidad, éxito o fracaso al momento de responder, pues atribuirle esta capacidad al virus, para así maldecirlo por irresponsable, no deja de ser un absurdo. Sabemos que esto que decimos, en lo formal es exagerado. Ya hace tiempo que no tomamos procesionalmente las calles para exorcizar las adversidades de pestes, sequías o cualquier otra desgracia natural. Sin embargo, en el fondo, nuestras reacciones individuales y colectivas, hablan de ciertas e inoculadas incapacidades, tan o más dañinas que la pandemia causada por un moralmente inocente virus. Hablamos de las incapacidades -algunas entendibles e inevitables, otras prefabricadas culturalmente- que tenemos para percibir y comprender lo que está ocurriendo.

Rediseñar nuestra individualidad, matar nuestro individualismo

¿Qué más tiene que sucedernos para caer en la cuenta de que quizá haya preguntas que merecerían ser puestas sobre la mesa? Junto a la necesidad de bien administrar talentos y aptitudes, una cuestión de ´medios` que ciertamente parece que hay que rastrear con lupa, tendríamos que ser capaces de exigirnos y exigir la reorientación de talantes y actitudes. Es decir, de volver la mirada sobre una cuestión largamente olvidada, la de los ´fines`. No es lo mismo confiar en… liberarnos de… o practicar el bien con…, que poner cada una de estas capacidades en la órbita del para… Órbita que supondrá, como decíamos arriba, preguntarnos por: ¿qué somos y qué queremos ser colectivamente? Pero haciéndonos conscientes a la vez, que la savia capaz de responder a estos interrogantes provendrá solo de la articulación de un nuevo ´proyecto antropológico`. Necesitamos rediseñar nuestra individualidad, que no nuestro individualismo. A este más bien vendría neutralizarlo -valga la ironía- con alguna vacuna.

En efecto, en nuestras sociedades (autoconcebidas como desarrolladas y plurales), el engranaje de lo individual y colectivo que les da forma hace tiempo que chirria. Un chirrido detrás del cual pueden leerse interconectados reclamos: desde el de mejorar los niveles de gobernanza hasta el de rehacer el contrato social. Reclamos necesarios todos, pero sin embargo, limitados por esa tendencia cultural, teórica y práctica, que ha terminado por divinizar -como lúcidamente señala Roberto Calasso [La actualidad innombrable, 2018]- lo social en detrimento de lo personal. ¿Cómo? Pues haciendo de lo personal, una amalgama de emocionalidad narcisista y sobreexposición, no solo autosatisfecha, sino y sobre todo incapaz de criticar las fallas estructurales de nuestro sistema de vida. Sistema que precisamente ahora se halla atascado como el buque Ever Given que una ´maldita` tormenta de arena -más ironía-, ha atravesado en medio del Canal de Suez.

Solo en la relación y el encuentro nos salvaremos todos

Ante los diferentes debates que actualmente nos llevan desde las ´cosas del vivir, comer y relacionarnos` a la necesidad de sanear el entramado de nuestras alicaídas confianza, libertad y capacidad de bondad, no podemos seguir engañándonos acerca del papel que en dicho saneamiento tienen que jugar aquellos aspectos que en su raíz siguen siendo individuales. Por supuesto que los mismos no se desenvuelven a espaldas de las condiciones materiales e ideológicas de nuestra existencia societaria, pero de nada servirá plantear caminos de mejora solo estructurales (cosa necesaria y que ya tarda), si el edificio viene resultando obsoleto para el buen vivir de la mayoría de los que allí se alojan. En el fondo, se trata de no olvidar que el sentido de todo lo humano siempre termina por resolverse dentro de esa caja de resonancia que es nuestro mundo interior. De ahí nuestra insistencia: ¿desde qué vivencias de libertad y bondad nos percibimos y comprendemos tanto en lo personal como en lo social? Ello, porque si la tensión inevitable entre estos dos ámbitos se descompensase, tal como hoy sucede por esa especie de fuera de juego que se ha operado sobre dichas capacidades, ¡pues señores!, mal panorama tenemos.

En esta línea, la critica a la promoción de unas libertad y bondad demasiado serviles a nuestros modelos de autonomía y autorrealización; ello, cuando por contraposición sabemos que existen formas de ser libres y bondadosos muy en los márgenes de los esquemas del consumo, la seguridad y la comodidad. Vivir la libertad y la bondad como capacidades de, siendo fieles a nosotros mismos, darnos a otros y en esto llegar incluso a límites insospechados, es el testimonio palmario de que, frente a la sola referencia de lo social que se nos inocula, hay posibilidades para la decisión individual. Necesitamos, para evitar el mal de nuestra enfermiza individualidad, poner en entredicho los paradigmas socio-culturales que nos des-humanizan. De ello dependerá que el individualismo y el aislamiento que caracterizan nuestro tiempo, comiencen a desactivarse. En otros términos, que en la apuesta por la relación y el encuentro nos salvemos todos: una decisión personalísima, individual, frente al imperio no siempre acertado de lo social.

sábado, 6 de marzo de 2021

Poniendo a punto nuestras confianza, libertad y bondad (VII)

Es un hecho que las interpelaciones que la COVID-19 sigue propagando, evidencian que vivimos en una sociedad con serios déficits respecto a su capacidad de autopercepción y autocomprensión. Es decir, respecto a dar respuesta a: ¿qué somos y qué queremos ser colectivamente? En efecto, en nuestras sociedades (autoconcebidas como desarrolladas y plurales), el engranaje de lo individual y colectivo que les da forma hace tiempo que chirria. Un chirrido detrás del cual pueden leerse interconectados reclamos: desde el de mejorar los niveles de gobernanza hasta el de rehacer el contrato social. Reclamos lúcidos y necesarios todos, pero sin embargo, limitados por esa tendencia cultural, teórica y práctica, que ha terminado por divinizar lo social en detrimento de lo personal.

Nuestros problemas sociales, también exigen respuestas personales

¿Qué queremos decir con esto? Pues que (a riesgo de ser simplistas frente a una cuestión que es sumamente compleja) la significación que pueda revestir la vida humana, o mejor dicho, que decidamos y podamos darle, ha venido a tener en los dos últimos siglos un solo cuadro de referencia: el de la sociedad secular. Evidentemente no apuntamos en contra de los procesos de secularización, alternativa desde los siglos XV y XVI al sistema de cristiandad, pero sí señalamos que dichos procesos, en un punto, se han tornado incapaces de dirigir la mirada hacia -en el interior de sí mismos- el propio hombre. En este sentido, el individualismo moderno y posmoderno, en tanto herejía de la sana individualidad, lo único que hace es alimentar y reforzar el antedicho sobrepeso de lo social.

Por eso, hace unas semanas, advertíamos de no llamarnos a engaño cuando ante los diferentes debates que actualmente nos llevan desde las ´cosas del vivir, comer y relacionarnos` a la necesidad de sanear el entramado de nuestras alicaídas confianza, libertad y capacidad de bondad, tendemos a plantear soluciones a partir de lo que logremos obtener por fuera de nosotros. Engaño surgido precisamente de lo que antes señalábamos, de ignorar el papel que en dicho saneamiento tienen que jugar aquellos aspectos que en su raíz siguen siendo individuales. Claro que los mismos no se desenvuelven a espaldas de las condiciones materiales e ideológicas de nuestra existencia societaria, tal como ya esgrimiera lúcidamente Erich Fromm hace décadas [El miedo a la libertad -1941], pero de nada sirve plantear caminos de mejora solo estructurales, si el edificio viene resultando obsoleto para el buen vivir de la mayoría de los que allí se alojan.

Reinventar libertad y bondad sigue siendo una cuestión personalísima

En el fondo, se trata de no olvidar que el sentido de todo lo humano siempre termina por resolverse dentro de esa caja de resonancia que es nuestro mundo interior. Por lo tanto, no se trata solo de confiar en…, liberarnos de… o ser bondadosos con…, sino de colocar cada uno de estos dinamismos en la dimensión del para… dándonos nuevamente así, por pequeña e insignificante que sea, la posibilidad de volver a comenzar. De ahí que nos preguntásemos desde qué vivencias de libertad y bondad nos percibimos y comprendemos tanto en lo personal como en lo social. Ello, porque si la tensión inevitable entre estos dos ámbitos se descompensase, tal como hoy sucede por esa especie de auto-amputación o fuera de juego que hemos obrado o dejado obrar sobre nuestras capacidades individuales de confianza, libertad y bondad, ¡pues señores!, mal panorama tenemos.  

En esta línea, nuestra critica a la lectura psico-sociológica que culturalmente se nos impone respecto a lo que sean la libertad y la bondad. Unas libertad y bondad demasiado acomodadas o serviles a nuestros modelos de autonomía y autorrealización, cuando por contraposición sabemos que existen formas de ser libres y bondadosos muy en los márgenes de los esquemas de la seguridad y la comodidad. Son esta vivencia de la libertad y la bondad como capacidades de, siendo fieles a nosotros mismos, darnos a otros y en esto llegar incluso a límites insospechados, el testimonio de que frente a la sola referencia de lo social, hay posibilidades para la decisión individual. El respeto, la compasión, la promoción del otro en cuanto otro, en tanto respuestas que nos lazan al encuentro -intranquilo y no siempre positivo- con la diferencia del que tenemos enfrente, son el riesgo y la aventura donde reinventar [Alain Badiou - Elogio del amor - 2008] nuestras libertad y bondad. Una decisión personalísima, individual, frente al imperio no siempre acertado de lo social.

En breve, más...

miércoles, 17 de febrero de 2021

Poniendo a punto nuestras confianza, libertad y bondad (VI)

Aunque la confianza sea a la vida anímica lo que la respiración a la vida biológica, confiar, en tanto antídoto contra la inseguridad de nuestra titubeante existencia, siempre será complejo, por no decir cansador y difícil. Ello, además de no ser un engranaje vital que funcione por sí solo. Por el contrario -como con casi todas las experiencias humanas- emparenta con otras cuestiones también complejas, cansadoras y difíciles. En concreto y particularmente, con nuestras prácticas de libertad y bondad.

En efecto, confianza, libertad y bondad conforman un dinamismo fundamental en nuestra vida y desarrollo. Pero en general, de su importancia nos enteramos a posteriori, cuando de distintos modos y formas el dinamismo ya ha sido perjudicado. De ahí las dificultades para su recuperación. Especialmente, cuando al buscar las referencias que nos permitan volver a confiar, sentirnos libres a pesar de todo y seguir apostando por el bien, no nos quede más alternativa que llamar a las puertas de la propia interioridad.

La confianza, la libertad y la bondad como simientes del volver a empezar

No nos engañemos, sanear, fortalecer o re ilusionar el entramado de nuestras alicaídas confianza, libertad y bondad, no dependerá de lo que pueda llegarnos o logremos obtener por fuera de nosotros. Por el contrario, será una tarea de restauración donde el movimiento tendrá que ir de dentro hacia fuera. En lo humano, el sentido, la intencionalidad siempre caerán del lado de esa caja de resonancia que es nuestra interioridad.

Desde este punto de vista, no se tratará solo de confiar en…, liberarnos de… o ser bondadosos con…, sino de colocar cada uno de estos engranajes en la dimensión del para… De este modo, la posibilidad de esta restauración (no por ingenuidad o ñoñería) supondrá un volver a comenzar. Nos daríamos entonces, en la línea del pensamiento de Hannah Arendt [La condición humana - 1958], la posibilidad de -otra vez- concebir, nacer, crecer, cultivar, cuidar, perdonar.

De la libertad psicológica a la libertad como autonomía

Por eso, ante lo dicho, convendrá preguntarse desde qué vivencia de libertad y bondad nos comprendemos y desarrollamos. Comenzando por la libertad, decíamos hace poco, parece relativamente fácil caer en la cuenta que más allá de lo electivo, hay un nivel de libertad que hace a lo entitativo, a ese previo que psicológica y existencialmente permite que elijamos. Así, cimentado el sujeto sobre esta libertad primera, estará en condiciones de, viendo, optar.

Sin embargo, aunque para nuestros modelos culturales de autonomía y autorrealización esto parezca suficiente, cabe que cuestionemos si solo esto es la libertad. Claro que las anteriores libertades son formas importantes de autonomía, pero quizá haya niveles más profundos, escurridizos a la sola lectura psico-sociológica a la que se nos tiene acostumbrados. Efectivamente, apuntamos hacia esos niveles donde la libertad es vivenciada como capacidad de ser fieles a nosotros mismos, desde nosotros darnos a otros y en esto, llegar incluso a límites insospechados: los de la propia entrega en aras de bienes o ideales que de cierta manera nos exigirían la auto negación.

La libertad nacida de la bondad

Evidentemente el horizonte se ensancha, pero seguimos frente a la misma capacidad. La de una libertad capaz de descubrir que ´será más` si se anima a correr el riesgo de crecer desde dentro más que desde posibilidades e instancias externas, abriéndose al despliegue de la propia interioridad. Riesgo y crecer que, paradójicamente solo podrán vivirse en la donación que es toda auténtica relación interpersonal.

Ha entrado en escena, la bondad en tanto amor. Estamos ante el dinamismo de la libertad cuando emparenta con el amor en tanto Eros en su grado máximo. Estamos ante la experiencia de los amantes, la maternidad y la paternidad, la amistad. Pero estas experiencias, como dijera Alain Badiou, todas ellas un complejo entramado de impotencias: ¿siguen siendo nuestras meras libertad psicológica y sociológica?

En breve, más…

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domingo, 31 de enero de 2021

Poniendo a punto nuestras confianza, libertad y bondad (V)

Antropológicamente, decíamos hace poco, que la confianza es a la vida anímica lo que la respiración a la vida biológica. De ahí que todo lo inherente al confiar, en tanto antídoto contra la inseguridad de nuestra titubeante existencia, sea un engranaje sutil y delicado. Un dinamismo cuya importancia solemos echar en falta a posteriori, cuando ya ha sido traicionado o es evidente su desgaste; de donde las dificultades para su recuperación. Pero dicha situación también nos permite introducirnos en otros aspectos del confiar. Fundamentalmente en aquellos que harán a la confianza resquebrajada, llamar a las puertas de la interioridad, precisamente a donde iremos a buscar las referencias que nos permitan volver a confiar.

La confianza, no puede vivirse por fuera de la libertad y la bondad

En efecto, todo confiar es siempre un volver a la propia historia. De ahí la importancia del camino que podamos emprender para reconocer y aceptar las propias raíces, es decir, para comprender que son nuestras primeras experiencias de confianza las que condicionarán nuestra posterior relación con las situaciones de este tipo. Experiencias y situaciones, pasadas y futuras, vinculadas por otro lado, a dos necesidades y posibilidades más: la libertad y la bondad. Por eso afirmábamos que la esencia y fuerza de nuestra autonomía reside -lo cual para nada es baladí- en la posibilidad y tarea de aprender a vivirnos desde la confianza, la libertad y la bondad. En definitiva, desde lo que no es más el alma de nuestro posible y potencial desarrollo.

Podemos inferir entonces, que lo más difícil, pero a la vez lo más reconfortante del confiar, pasará por lo próximo e íntimo, por el mundo de nuestras más cercanas y efectivas libertad y bondad. Por eso, poner nombre a todo lo que nos ha ido alejando de esta escala de lo humano, será imprescindible. No tanto como combate ideológico, que también, sino como apuesta por un crecer existencial y espiritualmente más humano. Poner nombre a lo que atenta contra nuestras confianza, libertad y bondad, es ya reforzar nuestra capacidad de volver a empezar. Un empezar que, sin pretender ser un absoluto manto de seguridad, vuelva a hacer llevadera la inexorable intranquilidad de vivir. Confiar será por fin un acto de resistencia, debemos, por tanto, dotarlo de mayor libertad y bondad.

De la libertad psicológica a la libertad como elección

Pero en todo esto, como comentábamos, será fundamental la tarea de reconocer y aceptar qué son en nosotros esas libertad y bondad. Desde qué vivencia de las mismas nos comprendemos y desarrollamos. Comencemos por la libertad. En el mejor de los casos, aunque no siempre, parece relativamente fácil caer en la cuenta que más allá de lo electivo, de elegir esto o aquello como quien demanda, decide y compra, hay un nivel de libertad que hace a lo entitativo, a un previo que, psicológica y existencialmente, permite vivir la anterior libertad en tanto opción. Tenemos, por lo tanto, una libertad psicológica, integración suficiente de necesidades y tendencias. Suelo necesario para las experiencias de espontaneidad y desinhibición que todo desarrollo humano requiere. Sí ella no se diera o estuviera seriamente dañada, como sujetos no podríamos escapar del bucle de nuestros miedos, inseguridades y mecanismos de autoprotección.

Cimentado el sujeto sobre esta libertad primera, estará en condiciones de, viendo, elegir. Es decir, se abrirá de lleno a la libertad electiva o de las opciones. Libertad que, en nuestras actuales sociedades plurales, siendo una conquista fundamental, corre el riesgo de clausurar el completo camino de la libertad, el seguir avanzando por lo que la libertad tiene como posibilidad, pero también como riesgo. ¿Qué queremos decir con esto? Pues que el viejo ideal ilustrado de la autonomía individual, el de la libertad de pensarnos y ser por nosotros mismos, al día de hoy resulta estar secuestrado por el sugerente sucedáneo de la autorrealización. Y tengámoslo claro, autonomía y autorrealización pueden parecerse, pero en orden a una realización plena de la libertad, son antitéticas. Pero sobre esto, en breve más…     

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domingo, 17 de enero de 2021

Poniendo a punto nuestras confianza, libertad y bondad (IV)

Al pensar y hablar de la necesidad de recuperar o vigorizar nuestro confiar, cuando en medio de unas crecientes disconformidad y polarización a nivel de calle, nuestro fiarnos se circunscribe cada vez más al reducido núcleo de los afectos e iguales, vemos que repensar la cuestión nos obliga a bascular entre dos puntos de vista. El de los elementos antropológicos que estarían por detrás de la misma en tanto necesidad y posibilidad. Y el de los elementos socio-culturales que en este momento no favorecerían que la confianza nutra el ámbito de lo público.

Nada nos habla mejor acerca de la confianza, que el hecho de perderla

Antropológicamente, veníamos a decir hace poco, que la confianza es a la vida anímica lo que la respiración a la vida biológica. Indispensable e inevitable, incluso, imperceptible, salvo hasta que algo o alguien atentara contra ella, como si se tratara de un puño apretando nuestro cuello, asfixiándonos. En este sentido, confianza y confiar, en tanto antídotos contra la inseguridad de nuestra titubeante existencia, son un engranaje sutil y delicado. Un dinamismo sobre cuya importancia solemos caer en la cuenta a posteriori; cuando se debilita o ya se ha roto. Sin embargo, como necesitamos el respirar para vivir, necesitamos el confiar para hacer vivible la vida.

De ahí nuestras dificultades para su recuperación o vigorización. Por un lado, porque la confianza debilitada o rota, más allá que pueda afectar directamente a un nivel puntual de realización (por ej: la traición a lo afectivo, la violencia a la autoconservación, la estafa a la integridad moral o material, etc.) siempre terminará por repercutir en las raíces de nuestra interioridad, precisamente a donde consciente o inconscientemente recurriremos en la búsqueda de referencias que nos permitan tomar la decisión de volver a confiar. Pero entonces puede ocurrir que las experiencias primeras de confianza sean tan débiles o estén tan heridas, que las resistencias e indeterminaciones para nuevamente fiarnos se impondrán.

Todo confiar tiene una biografía. De ello se nutren nuestra libertad y bondad

Vemos, por lo tanto, que toda confianza y confiar, sea que juguemos en lo privado o en lo público, en un sentido siempre volverán a su propia biografía. De ahí la importancia de todo lo que podamos emprender para reconocer, comprender y aceptar dichas raíces. Unas raíces a su vez conformadas por dos necesidades y posibilidades más: las de la libertad y la bondad, constituyendo entre las tres, lo que podríamos decir el alma de nuestro posible y potencial desarrollo humano. En efecto, la intranquilidad de toda existencia, por lo que en sí guarda el misterio de la vida y como parte del mismo, nuestra vulnerabilidad, es una permanente llamada a la confianza y el confiar, a un hacer soportable lo que parece no tener sentido. Pero he aquí la paradoja, nuestro fiarnos no puede realizarse ni por fuera de la libertad, ni por fuera de la bondad en cuanto otros engranajes humanos.

En esta línea existe una inimitable formulación de la cuestión; la realizada por Kant cuando plantea la ´fechoría de nuestros padres` al traernos al mundo sin nuestro consentimiento [Metafísica de las costumbres I. 2. 28]. ¿Cómo lograr contento en lo que no deja de ser una situación irreversible? Pues solo despertando en el llegado al mundo las fuerzas de su autonomía o autodeterminación, las únicas capaces de suplantar la determinación de los progenitores. Las únicas capaces de hacer soportable que se nos haya dado comienzo ´sin permiso`, al permitirnos aprender a comenzar por nosotros mismos desde la confianza, la libertad y la bondad, desde el alma de nuestro posible y potencial desarrollo. Este es el sentido más radical del sapere aude (atrévete a pensar) kantiano: ´nacer de nuevo, por nosotros mismos`.

Hacia una confianza como resistencia creadora

Por eso, aun sabiendo que lo más difícil, pero a la vez lo más reconfortante del renovar o volver a confiar, pasa por lo próximo e íntimo, lo sencillo y cotidiano, por el mundo de nuestras más concretas y efectivas libertad y bondad, poner nombre a todo lo que nos ha ido alejando de esta escala de lo humano, es imprescindible. Pero la observación de estos elementos socio-culturales, la puesta bajo la lupa de todos los paradigmas vitales que hoy urge revisar y poner a punto, no debería ser tanto un combate ideológico, que también, sino la apuesta por un creer y crecer existencial y espiritualmente más humano. Poner nombre a lo que atenta contra nuestras confianza, libertad y bondad, es ya reforzar nuestra capacidad de volver a empezar. Un empezar que, sin pretender ser un absoluto manto de seguridad, vuelva a hacer llevadera la inexorable intranquilidad de vivir. Confiar es un acto de resistencia, debemos, por tanto, dotarlo de mayor fuerza creadora. ¿Dónde? Pues en su libertad y bondad…

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sábado, 9 de enero de 2021

Poniendo a punto nuestras confianza, libertad y bondad (III)

Hace una semana, hablando de la confianza, interconectábamos dos observaciones. La primera, aludía al hecho de que al ser el confiar un hecho tan radicalmente humano, siempre, a pesar de todo, habrá margen para decidirnos por él. ¿Por qué? Pues porque aún reducida a mínimos -recordando a los clásicos-, la confianza es a la vida anímica, lo que la respiración a la vida biológica. Indispensable e inevitable. En este sentido, decíamos: ´confiamos para vivir y hacer vivible la vida. Vivimos porque confiamos`.

La segunda observación, supuesta la anterior apuesta por el confiar, nos ponía ya en el camino de su recuperación. Entonces, dos sendas se dibujaban frente a nosotros: la de la actitud cordial que fuésemos capaces de recrear, es decir, la del paso, titubeante y necesario a la vez, hacia ese otro u otros de quien hubiésemos decidido fiarnos. Pero a la par, casi por el reojo, la senda del cambio mental exigiéndonos revisar la validez de muchos de nuestros esquemas, en particular la de aquellos que nos han inhabilitado para la confianza como voluntad de encuentro.

En el reinado de la desconfianza: ¿qué papel jugamos cada uno?

Decimos esto desde el contexto, reconocido y sufrido, del reinado de la desconfianza. Desconfianza en la mayoría de las instituciones, en gran parte de la dirigencia y desconfianza hasta de los discursos y acciones que buscan comprender y palear la situación misma. Un reinado mundial de la desconfianza que evidentemente no puede explicarse solo por mor de un generalizado contagio vírico de incapacidades, mala voluntad y el avance de argumentarios facilones y cavernícolas.

Tiene que haber otra causalidad. Por supuesto que la decisión humana de algunos por lo in-humano es real. Pero ello no tendría que quitarnos el derecho y deber de volver a confiar, de reconstruir la urdimbre del encuentro. Aunque sea costoso, se trata de respirar o morir. Y he aquí, una consideración molesta. ¿Cuántas de nuestras prácticas cotidianas, son constantes y auténticas semillas para el recelo y la desafección respecto de ´ese` o ´esos` por los que potencialmente decidir fiarnos?

El mundo de los otros se raquitiza cada vez más. De hecho, la mala comprensión de la individualidad que nos aísla (paradójicamente en un mundo de iguales interconectados) y el consumo que nos apoltrona e infantiliza, más la caída o descrédito de las verdades de otros tiempos, hacen que nuestra vulnerabilidad se exacerbe más y más. Consecuencias: la búsqueda de seguridad y referencias no tiene por dónde tirar, se hace autorreferencial.

Confiar desde la intranquilidad y las palabras y acciones intermedias

Terminamos así, moviéndonos en un círculo de certezas y opiniones que solo buscan asegurar las que ya teníamos, con lo cual -encapsulados-, lo único que logramos es que nuestras emociones, afectos y pasiones se estrechen a niveles asfixiantes. Claro que hay intereses ocupados en que solo nos movamos por aquí. Pero el respirar-confiar, aún sigue siendo nuestro. Y aunque debilitado, dos cosas pueden todavía fortalecerlo. Una, la vinculada a la experiencia de que más que seres capaces de consciencia acerca del vivir, somos seres capaces de sentirse viviendo, y ello, aunque sea desde la intranquilidad. La otra, la renuncia a los esquemas claros y luminosos, definidos y definitivos como requisito para confiar.

Como percibía Rilke: ´toda vida es (simplemente) vivida`. Por aquí pues, debería comenzar nuestra recuperación de la confianza, ya que pretender confiar a costa de desterrar la intranquilidad es un absurdo alienante. Vaya obviedad dirán algunos, sin embargo, cuando la confianza está a la baja, es cuando recurrentemente reaparecen las luces excesivas y claras que se lo tragan todo [Esquirol. La penúltima bondad. 2018]. Ello, cuando la vida simplemente vivida, solo reclama palabras y acciones intermedias, pero palabras y acciones de unos y otros, de todos.

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domingo, 3 de enero de 2021

Poniendo a punto nuestras confianza, libertad y bondad (II)

Hace una semana, al plantear un posible diálogo acerca de la recuperación del confiar, interconectábamos dos observaciones. Una, aludía al hecho de que la confianza es tan íntimamente nuestra, que aún en el caso de la creencia religiosa-filosófica, científica o ideológica, ninguna puede por sí misma anular totalmente la decisión de fiarnos o no. Así las cosas, aunque en la tendencia cultural y tiempo que vivimos, la confianza cotice a la baja, siempre habrá margen para dicho acto de voluntad. Tocará revisar entonces, dónde el engranaje interno del confiar se ha descompuesto, tornándose para muchos en una quimera, para otros en un malhadado engaño.

La segunda observación, supuesta la decisión de recuperar confianza y confiar, dependerá inicialmente de algo difícil, la actitud cordial que seamos capaces de recrear. En otras palabras, de nuestra relación con la libertad y la bondad, con el darlas y recibirlas; con el orientar nuestro paso de voluntad, ´intranquilo` y ´siempre titubeante` como dice Marion Muller-Colard [La intranquilidad. 2020] hacia un otro, hacia encuentros auténticamente humanos. Pero colateralmente, dependerá también de la posibilidad de cambiar mentalmente. Es decir, del revisar la validez de muchos de nuestros esquemas mentales, en particular de aquellos que larvadamente nos han ido inhabilitando para lo anterior: la alteridad.

La confianza, como la caridad, comienza por casa

Por tanto, la recuperación de nuestro maltrecho fiarnos de un otro, individual-personal o colectivo-social, deberá comenzar como reza el dicho acerca de la caridad: por casa. Para ubicarnos experiencial y reflexivamente frente a la cuestión, partir de la propia memoria será sin duda el mejor camino. Recordemos por un momento, el lejano asirnos a la mano de nuestra madre o padre, abuelos o primeros maestros ante cualquier situación desconocida. O ya más crecidos, los abrazos y caricias ante el menor peligro y los primeros atisbos de ansiedad.

Hecho el ejercicio, constatamos que esa confianza puede también haber estado ausente. O que fue herida, o malograda en el peor de los casos, o que simplemente fue desdibujándose. Situaciones evidentemente no queridas, pero en parte olvidadas, menguadas o incluso justificadas debido precisamente a la necesidad-posibilidad de volver a confiar a pesar de todo; de resistirnos a tener que vivir sin ningún margen de seguridad.

Como el respirar, vivimos porque confiamos

Tras este recuerdo, en un primer sentido o nivel de análisis, el confiar nos remite a una especie de mecanismo difuso sí, pero a la vez tan real como el mismo respirar. Por eso podríamos decir que, así como el inspirar y el espirar son propios de la vida biológica, el confiar: el asirnos a una mano, el regalar un abrazo o el fiarnos de alguien o algo, son parte de nuestro desarrollo psicológico, existencial y espiritual. En este sentido: confiamos para vivir y hacer vivible la vida. Vivimos porque confiamos.

Afinando el lápiz, digamos que confiar consiste en dar crédito a la presencia, la palabra o el gesto de otro, más allá de cualquier comprobación inmediata. Supone la decisión de vivir positivamente, en medio de la no-seguridad y el no-control, desde las claves que dichas presencia, palabra o gesto hayan provocado en nosotros. Supone ´admitir` y ´permitir` que por fuera de mí haya alguien o algo capaz de allegarse, acercarse… como dice Josep M. Esquirol [La penúltima bondad. 2018]. Y entonces, venciendo resistencias y cerrazones, ´consentir`.

La confianza, se enraíza por lo tanto más en la vulnerabilidad que ontológicamente nos caracteriza que en la provisión de certezas absolutas que ese otro -otro de la naturaleza que sea- pudiera brindarnos. Es un movimiento que parte siempre de nosotros, de ahí que simultáneamente toque con los engranajes de la libertad y la bondad, sobre todo, con la intensidad, compromiso y asumida dosis de intranquila aventura, con que vivamos cada una de estas. Se trata, en el fondo, de revisar con qué mirada queremos vivir la propia vida… corta y exterior, larga e interior… ¿Desde dónde pretenden movernos? ¿Desde dónde nos movemos? 

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